Gaspar Morquecho
Esa fue la
respuesta de Mingo a la pregunta que
le hice hace unos meses. Mingo es
zapatista. A Migo lo conocí a
principios de 1980. Era muy joven y le gustaba cantar corridos y tocar la guitarra.
Desde entonces lo he visto en la lucha. Caminaban por mejorar la
infraestructura de sus comunidades empobrecidas. Demandaban el abasto de agua,
electrificación y caminos. Su economía de sobrevivencia tenía como fuentes el
trabajo asalariado temporal, la renta de predios en tierra caliente para la producción de maíz, la producción de
carbón, y con el apoyo de organismos solidarios para el desarrollo, la
adquisición de predios para ampliar sus áreas productivas y diversos intentos de producción en “colectivo”,
algunos de ellos de mujeres. El papel de las mujeres en esas unidades
familiares es fundamental en la sobrevivencia. Algunas trabajaban de sirvientas o lavaban ropa ajena, tarea que las obligaba a
caminar hasta encontrar una fuente de agua pues en sus comunidades no existe
manantial y arroyo alguno. Se abastecen con la captación de agua de lluvia.
Eran las encargadas de ir a recoger varas para la manufactura de los cohetes, raja de ocote o palma que iban a vender
a la ciudad más cercana. Alguna vez las encontré vendiendo un gatito.
Su caminar contaba
con la fuerza de la Palabra
de Dios y el apoyo de los organismos para el desarrollo, de las izquierdas de
entonces y su participación en movimientos sociales los animaba. No obstante,
la unidad en las pequeñas comunidades era aparente. Estaba llena de intensas
pugnas internas, endémicas, históricas. “Tienen vicio de licenciado” - escribió
un agente de pastoral en la memoria de una gira por la diaconía -, “para
resolver sus conflictos siempre acuden al licenciado, quizás se debe a la
cercanía con la ciudad”. A veces se hacían “justicia por propia mano”
emboscando a sus “enemigos”. Claros indicios de que la “comunidad” única,
fraterna, solidaria, horizontal de los románticos… no existe.
El 94 lo hizo
evidente. Los desplazados nos señalaban y hacían responsables de que los
aviones y helicópteros hayan bombardeado sus pequeños poblados. Sin embargo,
que 20 años después esas pequeñas comunidades - con o sin población zapatistas
-, se sigan dividiendo nos dice que una dinámica social persiste en esas
pequeñas complejidades sociales que en
las márgenes debilita la cohesión social.
De esos parajes
llega, muy de cada en cuando, Mingo
que después de participar en diversos procesos
de organización social se enroló como miles más al EZLN. Cuando anda sin
tarea me saluda amable con un “como está padrino” pues fui su padrino de bodas. Cuando anda en
alguna misión y nos topamos, casi ni me voltea a ver y serio me responde, de
tal forma, que apresuro la despedida.
En veces me lo
encuentro flaco, demacrado, enfermo. Le pregunto ¿Cómo estás Mingo? “Jodido pero acostumbrado”
responde. ¿Cómo va la resistencia? “Pues ahí estamos… en chinga. Resistiendo”.
En veces llega con su compañera que también tiene una larga trayectoria de
lucha. Es común que le aqueje un mal.
Me sorprendió cuando en una ocasión me pidió una silla para descansar. Andaba
un poco enferma. Les pregunto por sus hijos y me responden: “Son promotores”.
Han entregado a sus hijos al movimiento. Los jóvenes se desempeñan en algunos
de los proyectos de la Autonomía Zapatista.
Quizás en salud, quizás en educación. ¿Qué reciben a cambio? Techo y comida.
Hace dos años me enteré que se “habían partido las bases”. No me sorprendí y
menos al saber quién la encabezó.
¿Qué está cabrón?
¡Pues claro! Y a pesar de todo, ahí están miles de Mingos y Flores en ese
proceso de resistencia y lucha de las y los zapatistas. Las y los que cada 14
de febrero honran y recuerdan a sus héroes: María Luisa, Sol, Salvador, Manolo,
Gabriel, Elisa,
Raúl, Carlos, Federico, Fidelino, los hermanos Guichard, los caídos en 1994, a Moisés, Abel… De
ahí vienen, ahí están.
39 años después del golpe a
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