viernes, 31 de diciembre de 2010

De secuestros y desapariciones forzadas

El desenlace del secuestro de Diego Fernández de Cevallos no podría ser más inesperado. En un país en el que se acumulan cientos de casos similares que resultan fatales para víctimas y familiares, la liberación de este controvertido personaje de la farándula política-empresarial-delincuencial provoca inescapables comparaciones. La diferencia radica en la naturaleza de los captores. Aquí se trató de misteriosos desaparecedores que para sorpresa resultaron ser a la postre miembros de un grupo político de oposición radical al gobierno y al sistema capitalista denominado hasta ahora “Red por la Transformación Global”. A esta diferencia debe Diego salir del cautiverio con vida, aunque él lo perciba como gracia divina.


En su extenso comunicado, Epílogo de una desaparición, precedido de un epígrafe de Bertolt Brecht que justifica la violencia que se opone a la de los poderosos, el grupo hace una descripción del México inmerso “en un clima de creciente violencia destructiva que las mafias del gobierno permiten y fomentan, porque sólo así pueden ocultar la sistemática represión, tratar de controlar el descontento social e impedir, por el momento, que se generalice la lucha popular”.


El texto refiere a la situación del país, las truculencias de la “guerra de Calderón” y la naturaleza de su gobierno: “La distancia entre el discurso de gobierno y las prácticas corruptas que lo caracterizan son una clara muestra de que los más altos funcionarios y las instituciones del Estado mexicano están coludidas con el crimen contra quien dicen estar luchando… El gobierno es mafioso porque protege los intereses de los grandes ricos, de los dueños de todo, de los que saquean nuestros recursos naturales y trafican con todo desde personas hasta armas, drogas e influencias. Es un gobierno que sirve a las mafias aliadas al capital trasnacional, también mafioso.”


El comunicado devela las razones –de amplio dominio público– de haber escogido a Fernández de Cevallos para su equívoca empresa: “un cacique panista inmensamente rico gracias a su triple carácter de funcionario del Estado, empresario y abogado de demandas en contra del erario… El Jefe Diego es otro nudo donde atraviesan múltiples historias turbias. Ahora conocemos de cierto los modos de los trabajos y oficios con los que se maneja, las personas con las que trata y algunas de las que han sido sus más logradas empresas. Con nada que ocultar la mafia ha sido enumerada en las cartas elaboradas y dirigidas por el propio Diego a sus ‘benefactores’, reclamándoles apoyo económico en correspondencia a su lealtad y a sus servicios… Se establecen diversas relaciones entre empresarios, políticos, la Iglesia, el narcotráfico, las redes de crimen organizado, el Ejército, los grupos paramilitares, las televisoras, etc. Estas relaciones están regidas por entendidos más allá de la legalidad, por dentro y fuera de toda apariencia de normatividad; son feudos de una maraña de poderes en pugna y con el control del país. Diego Fernández de Cevallos acumula una larga pero poca honrosa carrera de impunidad y enriquecimiento… A través de esta compleja y poderosa mafia, Diego Fernández de Cevallos fue pieza central para concretar el cambio de México a un Estado mínimo (sin responsabilidades sociales y de economía abierta, privatización y apertura comercial a capitales trasnacionales), además de diversos cambios de legislación que implicaron quiebres históricos… Diego Fernández de Cevallos parecía intocable hasta aquella noche en que su pasado oscuro lo alcanzó… En breve, Diego Fernández de Cevallos Ramos es un operador de la oligarquía neoliberal y de la ultraderecha fundamentalista, un traficante de influencias, un mercenario de los juzgados, un legislador a sueldo, un rentista de la crisis y un defensor de los grandes capos de la droga. Por ello su aprehensión fue una actividad pensada y realizada como un acto de desagravio.”


Explican también los miembros del presunto nuevo grupo que reivindica la lucha armada esa “reapropiación del uso constructivo de la violencia”, las razones por las que respetaron la integridad física del cautivo, “sin el desprecio que por la vida humana demuestra el poder con nosotros”, ya que “pese a tener innumerables imputaciones en su contra y de que miles de ciudadanos exigen su legítima ejecución, conscientes estamos de que la verdadera solución a la crisis que vive el país no está en liquidarlo, sino en la capacidad del pueblo para organizarse y retomar las riendas de su propio destino… Esta tarea es parte de un proyecto más grande e importante: participar en la construcción del poder popular para transformar este país trasnacionalizado en una verdadera patria digna, libre y nuestra”.


En el otro polo equidistante, es obligado comparar la suerte que corren quienes siendo militantes o simpatizantes de organizaciones revolucionarias y aun de oposición democrática, son capturados por agentes del Estado en lo que constituye el crimen de lesa humanidad de la desaparición forzada. Durante la llamada guerra sucia de las décadas de los 70 y 80, cientos de luchadores sociales fueron detenidos, llevados a mazmorras clandestinas, salvajemente torturados, asesinados y enterrados en fosas comunes no reconocidas o lanzados al mar. El caso de Rosendo Radilla, detenido en un retén militar y desaparecido en 1972, es ilustrativo de estos hechos históricos que vuelven a reditarse en la guerra de Calderón. Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez, miembros del Partido Democrático Popular Revolucionario-Ejército Popular Revolucionario (PDPR-EPR), fueron detenidos desde mayo de 2007 por autoridades locales y entregados al Ejército, sin que sea posible hasta ahora determinar su paradero. Los contrastes con Diego, ahora trastocado en moderno Quijote, no podrían ser más notables.

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