Gilberto López y Rivas, Rebelión, 12 de febrero de 2015
Expreso mis reflexiones y divergencias en torno al
artículo de Armando Bartra “Votar o no votar: ¿he ahí el dilema?” (La Jornada,
8 de febrero de 2015). Coincido con el breve diagnóstico en que inicia su
texto, al considerar que el gobierno de Peña Nieto ha colapsado. No creo que
pueda sustentarse, en cambio, que la renuncia del presidente haya sido la
“bandera más flameante” del movimiento nacional por la vida de los jóvenes de
Ayotzinapa. Más bien constituyó una consigna que cobra fuerza entre algunos
contingentes que participan en las marchas solidarias, la cual no
necesariamente se formula como una demanda orgánica de los
padres, normalistas y maestros de Guerrero, quienes se han centrado en la
aparición con vida de los 43 jóvenes estudiantes, en el castigo a los
responsables de las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas,
en la exigencia de investigar a los militares y al entorno político más allá de
Iguala y Cocúla. Tampoco puede afirmarse que una demanda generalizada del
movimiento surgido en torno a la normal de Ayotzinapa sea no votar. Muchos
agrupamientos sociales y comunidades en Guerrero y en el país, eso sí, han
decidido instalar gobiernos autónomos que respondan a los intereses de los
pueblos.
También hay una interpretación equivoca que Bartra expresa
del movimiento en favor de una nueva Constitución, que no puede ser
identificado como compuesto de “personajes principalmente de la izquierda
eclesial”. Quienes asistimos el 5 de febrero a la reunión que echó andar un
proceso en esa dirección pudimos constatar la variedad de organizaciones y
personas que participan en el esfuerzo, en las que se distinguió la intensa
actividad de numerosos jóvenes procedentes de todo el país. Afirmar que fue una
asamblea de un “comité de honorables”, “personalidades esclarecidas”, “minorías
politizadas”, “vanguardistas doctrinarios”, es una falta a la verdad. Hubo un
presídium conformado por personas conocidas públicamente pero también por
representantes de organizaciones y de numerosos estados de la República. El
diagnóstico que se expuso en la reunión sobre el Estado mexicano fue fundado
básicamente en la Sentencia del Tribunal Permanente de los Pueblos(enelvolcan.com/ Número
34, noviembre-diciembre de 2014), en la que se sostiene la existencia de un
desvío de poder que da lugar a un Estado criminal. Este cuestionamiento al
Estado y sus corruptas y desfondadas instituciones es considerado por Bartra
una “radicalización discursiva” y, todavía más, afirma que éste
“cuestionamiento integral” al sistema político mexicano dio un supuesto
“respiro a Peña” y un “segundo aire al sistema”. Lo paradójico es que la
Constituyente no ha planteado, como tal, una posición de boicot a las
elecciones, e incluso, ese punto del debate se dejó para que tuviera lugar en
marzo.
No obstante, el enojo y regaño que proyecta esa
interpretación radican en que el movimiento de padres, estudiantes y eventuales
constituyentes, de acuerdo con Bartra, no va en la dirección políticamente
correcta para el cambio de régimen: esto es, la combinación de elecciones y
movilización social, como ha ocurrido —se afirma— en Venezuela, Ecuador y
Bolivia. Sin embargo, no se hace un análisis de mayor calado para explicar lo
realmente acontecido en estos tres casos, esto es, las previas y francas
rupturas del sistema político imperante, ya sea por la irrupción de masivos
movimientos indígenas, revoluciones ciudadanas o de naturaleza cívico-militar
que desde abajo impusieron nuevas reglas del juego y se trasformaron, con esa
fuerza inicial, en poderosas y enraizadas opciones electorales.
Además, no todos los procesos electorales tienen un carácter
decisivo. Las elecciones de este año en el México de los crímenes de Estado,
son elecciones intermedias que evidentemente no traerán un cambio notable en la
correlación de fuerzas en el Congreso de la Unión, en los congresos locales,
gubernaturas y otros cargos de elección popular. Tampoco se vislumbra una
transformación de la naturaleza autoritaria, clientelar, corrupta y tramposa
del sistema electoral mismo, con la coacción de la ciudadanía por patrones y
sicarios, la compra del voto con dinero en efectivo, despensas, cemento o
tarjetas de prepago, las encuestas que no miden sino norman intenciones de
voto, la dictadura mediática que construye y destruye candidatos y que, de
paso, se embolsa exorbitantes sumas de dinero; además de las autoridades y
tribunales electorales omisos a sus obligaciones y cómplices de esas prácticas
de corrupción extendida y masiva.
Es verdad que no se trata de renunciar a ninguna forma de
lucha social, incluyendo la electoral, ni a la forma partido como instrumento
organizativo al servicio de la trasformación social, siempre y cuando
elecciones y partido tengan a los trabajadores y a los pueblos su propósito y
razón de ser. El fallecido presidente Hugo Chávez participó en los múltiples
procesos electorales con abiertas posiciones socialistas, que refrendó en el
último periodo un 55% del electorado, con un 80% de participación ciudadana.
Bartra subraya la falta de coordinación entre movimientos
sociales y organizaciones electorales como si no existiera en México una
historia muy reciente de varias décadas de luchas democráticas que
establecieron por la vía del voto “gobiernos de izquierda” en varios estados de
la República, incluyendo la capital, mismos que se corrompieron hasta perder su
fisonomía, e incluso sus principios fundacionales, y sus gobiernos no se
distinguieron precisamente por ser ejemplos de cambio de régimen (Guerrero,
Zacatecas, Morelos, Tabasco, Distrito Federal, Oaxaca); la profusión de
críticas se hace cómo si no hubieran tenido lugar singulares procesos
ciudadanos en defensa del voto, administrados finalmente por sus dirigentes en
función de sus intereses personales, partidarios o de grupos, olvidando, de
paso, los más de 600 muertos del PRD, entre las filas de los más pobres, principalmente.
Las izquierdas electorales mexicanas, pese a las traumáticas
experiencias de 1988 y 2006, y sin que mediara una autocrítica sobre su
actuación en esas coyunturas, no se organizaron ni tampoco organizaron a la
sociedad para revertir el fraude que venía preparándose meses antes de las
elecciones del 2012; entrampadas en la institucionalidad de la que forman
parte, asumieron nuevamente —sin fundamento alguno—, actitudes triunfalistas,
mientras sus intelectuales, muchos de ellos ahora en Morena, perdieron el
sentido de la crítica hacia su candidato a la presidencia, sus posiciones
equivocas en temas fundamentales y el contenido ambivalente de una campaña
salvada no del todo por la irrupción juvenil del Yo soy 132, que
vino a darle una impronta inesperada. Esa izquierda que se alejó de los
movimientos sociales importantes, como el de los pueblos indígenas (al que
traicionó), o el que se pronuncia contra la renovada guerra sucia, o el que
denuncia la abierta injerencia de Estados Unidos en nuestro país, firmó “pactos
de civilidad” en el 2012, a sabiendas de que los operativos fraudulentos de
Peña Nieto estaban en marcha, y actuó durante la campaña muy amorosamente
indulgentes con grupos empresariales, clericales y con priístas recientemente
conversos, entre ellos, nada menos que quien en 1988 operó la “caída del
sistema”, y otro caso significativo de acomodo, el del fue subsecretario de
Gobernación, y hoy gobernador de Tabasco.
Que
Andrés Manuel López Obrador “lleva diez años recorriendo el país, dialogando
con la gente y creando una organización de ciudadanos”, como afirma Bartra, no
me queda duda. La pregunta es si ésta organización de ciudadanos se ha
enraizado en los movimientos populares y de resistencia, aparte de dedicarse a
construir estructuras para el nuevo partido político, con sus eventuales
prerrogativas económicas nada desdeñables y sus políticos profesionales que van
conformando esa estructura partidaria. Si tomamos en cuenta el perfil de
algunos precandidatos, como el secretario de salud del gobierno de Aguirre, o
el del empresario que ha militado en partidos de todo color y que en Morelos
pretende ser gobernador por Morelos, surgen algunas dudas. Según se ha venido
conociendo, en otros estados, los precandidatos o candidatos de Morena para las
elecciones de este año son empresarios o “personalidades”, “gente famosa”, sin
ninguna trayectoria de lucha ni relacionados orgánicamente a ningún movimiento
social, mientras las plurinominales serán rifadas “para inhibir la ambición de
la condición humana”. ¿Es con este tipo de candidaturas y procedimientos
fortuitos que se pretende cambiar al mal gobierno y elegir uno bueno? ¿Qué se
busca crear poder popular abajo? ¿Es realmente Morena partido-movimiento?
Claro que todos quisiéramos para México potentes
organizaciones sociales unificadas a organizaciones políticas que se ganen el
apoyo masivo en las urnas porque no abandonan la calle; esta combinación que
Bartra considera invencible y visionaria, verso y prosa.
Desgraciadamente, no es el caso. Pero el divorcio no provino del movimiento
social que ha estado resistiendo, con muchos costos en vidas humanas, presos y
desaparecidos, la criminalidad del poder y el embate de las corporaciones, que
incluyen ambos al crimen organizado. La responsabilidad del rechazo al régimen
de partidos de Estado, cada vez más extendida, recae en quienes no han sabido
ganarse la confianza masiva de la ciudadanía a partir de su compromiso con las
luchas populares del día a día, y no sólo para las coyunturas electorales, como
las que ahora se aproximan.
Sin esperar a salvadores providenciales, los pueblos se
organizan y buscan maneras inéditas de lucha y resistencia. Sin comparaciones
que extrapolan situaciones, geografías, personajes y condiciones históricas
disimiles, me pregunto: ¿es realmente,el dilema en México, votar o
no votar en este año 2015? No lo creo. Sin embargo, están en todo su derecho
quienes quieren organizarse nuevamente por esa vía, y me refiero especialmente
a las bases de Morena, siempre y cuando, se espera, sea por el bien del país y por
las trasformaciones de fondo que México necesita. El tiempo lo dirá.
En lo que si coincido plenamente con Bartra es en el clamor
que ha dado la vuelta al mundo: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Artículo de Armando Bartra: http://www.jornada.unam.mx/2015/02/08/opinion/008a1pol
Fuente Artículo de Gilberto López y Rivas: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195374