domingo, 11 de septiembre de 2011

Crónica 2° día de Caravana al Sur por Edgar Coronel


Acapulco, Guerrero. 10 de septiembre del 2011.

2ª Día

Comienzo temprano la jornada, a las 6:30. Un fino chorro de agua fría me devuelve del breve sueño, pesado pero breve. El olor a incienso del local en el que estamos me llama la atención; un hombre de más de 50 años se levanta en medio de una voluta de humo blanco, al preguntarle su nombre, me contesta “Viento Eléctrico Blanco”. Es alto, de barba cerrada y ojos negros, pequeños y brillantes. Regala sahumerios al que se le ponga enfrente. “Viento Eléctrico Blanco” se levanta en punto de las 7 de la mañana para soplar por un caracol 8 veces.

Están dando el desayuno tras unas blancas rejillas horizontales. La fila es larga y multicolor. El desayuno consiste en café, una pieza de pan y la cena de ayer. La caravana se levanta. Vamos a Acapulco.

Por los datos que recogí entre los veladores del lugar donde pernoctamos, la situación es alarmante, es apremiante la urgencia del actuar ciudadano. Pero antes de llegar al puerto, tenemos una marcha y un mitin en el Zócalo de Chilpancingo.

Durante el trayecto el autobús número 13 es toda una fiesta; el pretexto: una “caravanera” cumple años. Su nombre: Margarita. Ella conoce un poema y lo recita. Doña Esther, una canción y hace lo propio. De un momento a otro, todo el autobús está de pie coreando lo que cada quien canta.

Llegamos al centro de Chilpancingo. Un enrejado de cables negros y postes tricolor nos pasa por arriba y por delante de nosotros. Las calles angostas y sinuosas de la ciudad permiten ver la amplitud de la marcha. Se ve concurrida y llena de vida. La música de la caravana cohesiona el sentir de los curiosos de ambos costados de la calle, que con breves y vacilantes pasos se deciden por participar. Hace un calor húmedo. No hay nubes.

El zócalo de Chilpancingo es amplio con edificio es de gobierno de formas solidas y fuertes, como queriendo hacer notar que ahí despacha el dueño de Guerrero (Rubén Figueroa dixit).

Seguramente por la historia del estado, cuna de movimientos guerrilleros golpeados duramente por la guerra sucia, el estrado en donde se encuentra Javier Sicilia está lleno de familiares o luchadores sociales que claman por que les presenten a sus desaparecidos. (“¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”)

Por asuntos de organización de la caravana, me separo del mitin. Debo repartir tortas y agua en los camiones. Termino mi labor y, cansado, me dispongo a comer. Volteo y los camiones ya no están, solo queda una “pick up”. Es de la caravana, su bandera blanca la delata. Me monto en ella y alcanzo mi camión. Me imaginé abandonado por la caravana en tierra extraña.

Me subo al camión, los cerros que antes eran negros ahora se abren plenos de verde. Los árboles a la distancia, de ser tantos, parecen una alfombra que sube y baja de acuerdo a como lo demande el terreno. Los ojos se cansan, la cabeza suelta se deja caer hacia delante. Sin detenerme a pensarlo me duermo.

Me despierta una curva, y me despierta justo a tiempo. Comienza la ciudad de Acapulco con un “mall” en la entrada.

La curiosidad nos acompaña desde el comienzo. Gracias a las curvas de la carretera puedo ver todos los camiones de la caravana y el dispositivo de seguridad que nos acompaña: Policía federal, estatal y municipal.

Bajamos de los autobuses y nos recibe un calor intenso. La gente de blanco es de Acapulco, tranquilo y próspero.

La marcha sigue por la costera, las consignas vienen y van como las olas que mojan nuestro flanco izquierdo. La gente se apila a los costados y nos observa con curiosidad: no se unen, sólo observan. Quizá sea el miedo. Están espantados, hace muy poco que Guerrero se desangra con pasmosa velocidad.

El templete es un mapa del desgarrador dolor que vive el estado, que vive México. Las historias que se narran tienen los mismos elementos: impunidad, inhumanidad, dolor…

Pero en el escenario, tan impregnado de dolor e impunidad, se levanta la solidaridad, la esperanza. Hablan claro y fuerte, son los miembros de la Policía comunitaria de Guerrero, hombres de la Costa Chica. El pueblo de Guerrero quiere y respeta a sus pueblos originarios. La policía comunitaria recibe nutridas ovaciones.

Como en los otros mítines, Javier habla al final. El minuto de silencio al que convoca tiene de fondo el fondo el mar y el lejano rumor del aire.

El mitin termina entre aplausos, pero empieza otro justo detrás del que acaba de terminar. 39 estudiantes que llevan 31 días en huelga de hambre exigen acceso a la educación. El payaso que ocupaba esa parte de la plaza se fue, le robaron su público.

Es hora de cenar, nos acoge el amplio patio de la Ignacio Manuel Altamirano. Al fondo, una hilera de cazos de metal resguarda nuestros variados alimentos. A nuestra izquierda, en un marco de globos blancos y azules, una banda de música toca. No les ponemos mucha atención. La cena es alegre. No hay luz, no nos vemos las caras. Subimos a los camiones, dormimos en una escuela. Los baños son de corta estatura, es una escuela primaria. Tecleos de computadora, caras azuladas por la tecnología. Se acabó la jornada.

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